enseguida y salió tan sigilosa como había entrado. Traté de tranquilizarme pensando que, quizás, había venido impulsada por un sentimiento protector. Claro que, al mismo tiempo, sabía que eso no era cierto. Desde la última excursión nuestra relación se habíaenrarecidoextraordinariamente.Ellameesquivaba durante el día y, por las noches, yo no me atrevía a abandonar mi habitación, ni siquiera logré asomarme a la ventana. Con frecuencia esperaba despierta el amanecer desde un