pero sus sollozos se convirtieron en un llanto desesperado. Yo no me atreví a hacer ruido alguno. Sabía que ella prefería creer que estaba dormida. Pasaron varias veces ante mi puerta. Recorrían la casa de un extremo a otro, como si esperasen encontrarenalgunapartealgoquenegaraloqueya todas sabíamos. Cerré los postigos de la ventana y encendí la luz. Quería saber cuántas horas llevábamos esperandote. Y entonces, sobre la mesilla de noche, encontré