la espalda algo encorvada y la cabeza hundida entre sus hombros, como si quisiera defenderse de la densa lluvia que caía con violencia sobre ella. Su equipaje seguía siendo sólo aquella caja de zapatos que ahora apretaba bajo su brazo derecho. De su figura se desprendía tal desamparo quedeseécorrertrasellayofrecerlelapocaprotección que yo pudiera darle. Pero alguien se me adelantó. Era Santiago. --¡Esperame! --le gritó. Cuando la