de que aquellos golpes se los había dictado una momentánea maldad. Yo no había dicho qué me había ocurrido y ella cuidó de no preguntármelo. Ahora sabía que yo había visto y, sin embargo, eso no parecía preocuparla lo más mínimo. Se quedópensativa,simulandoquedeseabaayudarme.Se dirigía a mí suponiendo, en voz alta, algún rasgo enfermizo de mi mente. ¡Qué habilidad desplegó durante el camino de regreso! Se dedicó a consolarme con toda su