Texto contextualizado: |
mal"- está en que la desautorización afectiva del presunto detractor, siendo ya de por sí mucho más fácil y más inapelable que la desautorización intelectiva, dispensa hasta la molestia de tener que escuchar, ahorra hasta esa mínima precaución de tocarse por fuera los bolsillos por si se diese el caso imponderable de que dijese algo de verdad, y así resuelve de un golpe todos los problemas, y especialmente el de poder seguir durmiendo. De esta suerte, rociándome inmediatamente la cara con el espray del anticlericalism |
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