corazón cuando, faltandole el recurso prodigioso de pasarse por la peluquería, no le cabía otra opción que mantener la verdad de su rubiez meramente afirmándola un día y otro día por medio de insistentes, reiteradas y hastadesesperadasprotestasyproclamas,quecadavezteníanquederrotar de nuevo la engañosa evidencia de los ojos y el falaz testimonio del sentido: "¡Soy rubia! ¿Estáis oyendo? ¡He dicho que soy rubia! ¡Rabiosamente rubia!". Tal vez sólo la hija del emperador del traje nuevo podía en