pública de tu firma, sin que la más impresenta de las idioteces pueda menoscabar esa cotización; claramente percibes cómo, sea lo que fuere lo que pongas encima de tu firma, equivale absolutamente a nada. Nunca nadie recurre a los llamados intelectuales tomandolos en serio, comosólodemostraríaelquelosreclamase,noparapasearsusmeros nombres remuneradamente, sino para pedirles alguna prestación anónima y gratuita (¡y qué Gobierno podría haber soñado una mejor disposición hacia el colaboracionismo como el que este de ahora tenía ante sí en