cuanto necesitaba, la amarré bien sujeta al tronco de un árbol, rodeé sus pies con hierbas y ramas secas y, después de colocar entre ellas una buena cantidad de papeles, me dispuse a encender una cerilla. Mari-Nieves vigilaba con desconfianza mis movimientos.Empezóarepresentarsupapeldeclamando algo que yo no escuchaba. Estaba tan furiosa que no admitía diálogo alguno. Finalmente prendí fuego a la leña. Apenas empezaban a despuntar las llamas cuando ya ella lloraba con desesperación.