si no te sintieras tan orgulloso de ella como de los demás. EDUARDO.- ¿Y de qué tendría que enorgullecerme? ¿De sus fracasos? ¿De su colección incalculable de amantes? EMILIA.- (Enérgica, seriamente enfadada.) ¡Tiene derecho avivircomoprefiera,comopuedaocomolascircunstancias la obliguen! ¡No la podemos exigir que tenga nuestras ideas! ¡O más bien las tuyas! ELUARDO.- ¡Y a mí nadie puede exigirme que acepte las