están aquí! --exclamó la Emilia. Me acerqué de puntillas a la puerta y atisbé por la mirilla. --En el rellano no hay nadie --manifesté. --Llaman desde la calle --dijo ella. --Entonces no deben de ser los asesinos, porque nocreoquecometanelerrordeanunciarsuvisita --dije yo. Y como sea que un peligro incierto sobrecoge más que uno real y que no hay ruido más inarmónico que un timbrazo, opté por