los años pesaban más que la determinación, rebufó a mis espaldas y murmuró: --Ya no puedo más. Sigan ustedes, que yo me quedo aquí a pasar la noche. Traté de alentarle diciendo que el monasterio no podía quedar lejos y que si se detenía allí podían comérselolasalimañasque,anodudar,habíande merodear por aquel infernal paraje. Mis razonamientos, sin embargo, no hicieron mella en su postura y es probable que de allí no hubiera pasado si en aquel