dimos rienda suelta al alborozo que sentíamos por haber salido con bien de la aventura y por haber rescatado a María Pandora. Como fuese que, pese a la alegría imperante, una lágrima se desprendiera de mis pestañas, nunca aterciopeladas y ahora casi inexistentes porefectosdelincendio,ycavaraunsurco en la máscara de hollín que me cubría, preguntó la Emilia que cuál era la causa de mi pena, a lo que respondí que era el recuerdo del maletín sacrificado lo