localicé a mi hermana. Estaba apostada junto a una farola a la espera de que cayera algún cliente, cosa que no parecía de inminente acontecer, pues hasta los más encallecidos puteros cambiaban prudentemente de acera para evitar sus envites. Un perro vagabundo acudió a olisquearle los pantisysealejóululandocalleabajo.Siempreal socaire de mi periódico, me aproximé a ella por detrás y le susurré al oído: --No te vuelvas ni des muestras de sorpresa, Cándida.