Enarboló la vela y nos adentramos en su seguimiento por un dédalo de corredores tenebrosos, barridos por corrientes de aire húmedo y flanqueados de hornacinas que albergaban polvo, detritus y alguna que otra calavera. Nuestros pasos resonaban por bóvedas y recovecos y al hablar un eco profundo nosenvolvíayamedrentaba. --¿Vienen muchos visitantes al monasterio? --le pregunté al portero, más por romper el mutismo en que habíamos caído que por afán estadístico. --¿Cuándo? --preguntó