, mala percha, me sentaba francamente bien, no obstante carecer de camisa, corbata y otros detalles que, sin ser imprescindibles, habrían realzado mi apostura. Volví a la sala sintiendome otro hombre. --¿Qué tal? --pregunté ruborizándome. --Deprimera--alabóeldadivosoerudito--,pero súbase usted los pantalones, que ya los lleva por la rodilla. La Emilia, haciendo gala del sentido práctico que adorna a las mujeres, encontró