a módico precio. Pero no debía de ser así, porque el sórdido callejón estaba vacío cuando mi sombra se adentró en él. Cándida, a quien el paso de los años, la endeblez congénita y las variopintas enfermedades que sus escasos clientes le contagiaban habíanvueltoalgomiope,advirtióquealguiense aproximaba, pero ni mi borrosa forma ni el aire de familia que caracteriza mis andares le permitieron columbrar mi identidad. De modo que enderezó la figura y se esforzó tanto