que consiguió el consenso de la entera congregació episcopal resultó lo bastante rigurosa como para inquietar notablemente al presidente Reagan, por contrastar de un modo grave e insoslayable con sus puntos de vista armamentistas. Con todo, antes de darle el últimorefrendo,aquellosobedienteshijosdelaIglesiaresolvieronllevarse el documento a Roma, para que el Padre Santo le otorgara el placeme final. Pero he aquí que, de forma inesperada, el texto no halló gracia a los ojos del Pontífice, quien, con voz no severa, aunque tampoco exenta de