arrebatados, como en una segunda y póstuma agonía, en nuevas y largas horas de espera y de tormento, hasta que el cuerpo del niño no aparezca. No esperan de ello ninguna convicción, pues ya están totalmente penetrados delahorriblecertidumbre,perocuandoelcadáveresfinalmenterescatado, los padres, aun en medio de todo su dolor, descansan, como si sólo ahora el sentimiento pudiese disponerse al reconocimiento cabal de la tragedia. Decía Juan de Mairena que