Texto contextualizado: |
Sabía esperar. Nunca se ponía nervioso. Carece de nervios. No se queja de nada --declaró años más tarde aquella señorita, Carmen Polo, convertida ya en su santa esposa. Elogio más bien soso, pero sin duda verídico. De pasión religiosa o inquietudes espirituales tampoco había dado la menor señal antes de llegar al poder. Se decía, por el contrario, que era tibio y poco amigo de curas; y el código de valores que había aprendido de joven en las campañas de Marruecos distaba mucho de ser el de un príncipe cristiano. Pero desde |
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