la voz en esa gargantita de seda, desesperada violencia de los pequeños pulmones. «¿Serán capaces de dejarle ahí?», piensa el viejo, crispado sobre la cama como sobre un potro de tormento. Quisiera taparse los oídos, pero tiene que estar atento;preferiríaatacar,perohadeseguiralerta.Sus manos, aferradas a la cabecera del diván, quisieran soldarse a la madera para no cerrarse en puños agresivos o sobre el mango de la navaja cachicuerna.