brazos en medio de la blanca muerte. Betina y Jano habían buscado la tan deseada soledad, la grata penumbra del templo, pero sobre sus cuerpos flotaba aquella enrarecida atmósfera que resumía dolores y destrucciones seculares; atmósfera que, nada más entrar, había espantado aAdriana.Despuésdecontemplaraquellarepresentación muy poco valían las luchas, los dogmas, las armas, las ideologías, las religiones, los amores, los principios... Ante aquellos colores desgastados, mordidos como por terribles