que a los que transgredían sus umbrales sin miedo. Y perder el miedo a dejarse llevar por el ritmo que la música imprimía en el cuerpo y por los efluvios mismos de la noche era lo que más miedo daba. Y al mismo tiempo, lo que másseestabadeseando.«Déjatellevar-solíandecirlosmás atrevidos, con un tinte de impaciencia en la voz, sobre todo si habían bebido algo--. ¡Si es que no te dejas llevar!» Y, a partir de comentarios como éste, el silencio se hacía más embarazoso,