de amigas, que generalmente eran el ciento y la madre. Las trataba con cierta confianza, las llamaba por sus nombres, y todas tenían derecho a hacerse ilusiones acerca de él, mientras no se delimitaran más los campos. Habíaunasituaciónmuyespecialenlaquequierodetenerme con algún detalle por su significación de umbral a un erotismo colectivo y difuso: la de ir al cine. En los años cuarenta, cuando no existían ni barruntos del invento revolucionario que habría de