la mandíbula y las muñecas le movió a encerrar el rostro entre las manos; comenzó a llorar, tensa y dificultosamente; siguió llorando sin ruido, despacio; al principio con vacilación, pronto abiertamente, dejando correr el miedo entre las lágrimas que empapaban sucaraysusmanosydescendíanporlosantebrazos desnudos. Escuchaba quejidos dentro de su cabeza, silbantes, agudos y largos como astillas, astillas tan grandes como las que a menudo viera en la cuadra junto al tocón