, sin duda, había alcanzado la otra acera y se disponía a subir. Era el juego de aquellas dos piernas el que sustentaba la armónica coquetería de sus movimientos, y ambas rodillas, preciosamente resueltas, las que la transmitían al resto del cuerpo. Mirólahorayseapartódelventanal.Mientras paseaba por la sala iba calculando el progreso de sus pasos. Sin duda se habría detenido unos segundos a observar el escaparate de la joyería de los bajos, sólo