del mismo color. De repente, una discreta agitación de cuerpos sobre el empedrado le hizo interrumpir el juego. Reconoció los cuerpos familiares, los rostros, voces y gestos, y también otros ajenos a la casa que poco a poco se incorporaban, bien desde el interior, bienavanzandoporlascallesquedesembocaban en la plaza, todos rodeando el larguísimo haiga de color negro. Las mujeres llevaban velos, como en misa, y todos se abrazaban y hablaban en corros