atolondradamente en los suyos de nuevo, que ahora le reconocieron; así vio la emoción terrible que apagaba su sorpresa y le hacía esconder la mano menesterosa. Quizá trató de decir cualquier cosa pero sus palabras, afrontadas por el dolor y la ira que relampagueaban en aquella mirada, se astillaronenlagargantaysintiendolaheridaque aquélla abría a su paso, retrocedió sin rumbo y sin vergüenza y huyó como un malhechor entre la multitud. Aquella mirada pertenecía al pasado y