lado y el pavoroso ruido del combate se desvaneció como por arte de magia en un espacio de bondad. Tras las manos, miró sus ojos; le pareció que un temor inoportuno --quizá era sólo su característica acuosidad-- titilaba tras la confianza con que recogíansumiradayleapartabandelmiedo;se preguntó por qué, sin agradecer de otro modo su salvación que con la torpeza de una media sonrisa. Sí, aquélla era la mirada; pero no era ella; los