lo que una amiga me había dicho: «A cierta edad todas las mañanas uno se asoma con recelo al espejo, para ver qué novedades le trae el nuevo día.» En mi caso la novedad revistió el carácter de una amarga revelación. Por dos entradas lateraleslafrenteavanzabaprofundamenteenelcuero cabelludo. Este, en algunas partes, raleaba. Me pareció que si yo procedía con lógica me probaría a mí mismo que me había sobrepuesto a la amargura.