, a través de conversaciones aparentemente casuales, me persuadió de que nadie consideraba la visita al sector Este como un acto de arrojo. A unos doscientos metros del hotel, tomé el ómnibus, que ya estaba repleto de turistas. Me acuerdo dequepensé:«Mientrasnomeapartedeesterebaño, nada me pasará.» Conseguí el último asiento libre. A mi lado iba un hombre de ojos vivaces, de mirada fuerte, parecido a una famosa estatua de Voltaire