las posibles ganancias del cobarde son ridículas, con igual lógica llegaremos a la conclusión de que no es muy grave la culpa del homicida. Confrontada, por supuesto, con su preciosa piedra de toque. Si no lo hubiera cegado la satisfacción por su gimnasia intelectual,probablementeRugeronihabríaadvertido cambios en la coloración de la cara del maestro. De un carmín intenso pasó primero al amoratado y después al blanco. El mal momento duró poco. Casi repuesto, el maestro sonrió