caer en la silla desocupada. Olinden pensó: «La presencia de este individuo le dará un pretexto para no volver. Tanto mejor. Es una idiota. Basta verla zangolotearse.» Desde luego estaba triste, pero no por Mariana. Por él mismo. Porqueseleacababalavida. --Lo noto apagado --dijo el otro diablo. Olinden lo miró. El traje, quizá de terciopelo, era de color ciruela morada. Pensó: «Una ciruela gorda.