A la sombra de esta doctrina restrictiva, fuimos creciendo los niños y niñas nacidos antes de la guerra civil, aprendiendo de mejor o peor gana a racionar las energías que pudieran desembocar en la consecución de un placer inmediato. Despilfarrar aquellas energíasjuveniles,acuyanaturalezanosepodíaaludirtampoco más que mediante eufemismos, se consideraba el gasto más pernicioso de todos, el más condenado. Eran energías que había que reservar para apuntalar la familia, institución gravemente cuarteada tras las