el grado de convicción con que formulara aquel voto, el mero hecho de hacerlo no sólo la ponía al abrigo de todo escarnio, sino que la ascendía al rango de heroína. A aquellas señoritas --yo conocí a algunas, porque constituían un grupo bastante numeroso-- nadie lesexigíaquecambiaranellutoporlasonrisa.Hastaenalgunos casos podía verse mal que lo hicieran, y se las criticaba si se echaban otro novio en seguida. «Pues pronto se le ha pasado la pena a ésa», se solía decir. Y era corriente que conservaran durante