un perenne malestar orgánico. Equivocarse, al parecer, era muy grave. Pero ¿con arreglo a qué paradigmas mínimamente fiables podían establecerse los criterios de la equivocación? Dado que los hombres y las mujeres eran por naturaleza seres diferentes y que tanto el atractivo comoelpeligroresidíanensumutuodesconocimiento,lamera tentación de franquear la sima de tales diferencias ¿no significaría ya en sí misma fatalmente el primer paso hacia el abismo del error? Si una jovencita