por la casa sin rumbo fijo, perezosamente, provocando a tía Elisa con su sola presencia. Ya no hacía nada. Se negaba a cumplir cualquier mandato. Estaba allí, simplemente, y no se iba porque no quería. Claro que nuestra tía todavía no se había atrevido a expulsarla.Yoentoncesnocomprendíaelmotivodesu paciencia. Después supe que sólo el miedo la impulsaba a esperar y a empequeñecerse ante la presencia de la muchacha, quien en su desmesura, en el descaro con que hacía