de aquel contacto. Entre las muchachas de mi generación se atribuía mucha importancia a la forma que un hombre tenía de dar la mano. No gustaba mucho el apretón rudo y seco que dejaba la nuestra como aprisionada entre hierros, pero menostodavíalaviscosidadyfaltadearrestosqueentrañabael extremo opuesto. Decir de un chico que «daba la mano floja» era el peor presagio. El término medio ideal, aunque nadie lo hubiera definido con exactitud, se percibía inmediatamente, suscitando