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Pero, a no ser que se tratase de auténticos esperpentos, se sentían confortadas por una esperanza que no dejaba de tener cierto fundamento. La actitud de bajar los ojos y ruborizarse era interpretada por muchos como una garantía de honestidad. Aunque no faltaban, naturalmente, los que se enorgullecían de llevar al lado a «una mujer de bandera», el polo opuesto de este tipo, el de «la chiquita insignificante» tenía la ventaja para su novio de que no iba a atraer automáticamente las miradas lascivas. |
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