solían decir los más atrevidos, con un tinte de impaciencia en la voz, sobre todo si habían bebido algo--. ¡Si es que no te dejas llevar!» Y, a partir de comentarios como éste, el silencio se hacía más embarazoso, porquemientrastratabandedisimularselosesfuerzosporseguir manteniendo una distancia prudente entre los cuerpos, aquellas lánguidas historias susurradas por el vocalista o la animadora de turno junto al micrófono se clavaban en el alma como un sarcasmo.