no para sacralizar a la muerte --como la tarde anterior-- sino para turbar placenteramente los sentidos y exaltar la pasión. La música del cuerpo, de los cuerpos en armonía, anulaba la realidad. Jano cerró automáticamente la puerta y se olvidó que estaban en su habitación; seolvidódelmundoydequétipodemujerestaba entre sus brazos. Y olvidaba porque precisamente la poseía, porque estaba extraviado en ella, beodo de ella. Se había cerrado el círculo: Betina era Francesca.