ser habitualmente tan cordial), en los nervios desatados de Adriana (ella, sin duda, no se movería de allí en todo el invierno), en la inminente marcha de Marescu (que afortunada o desgraciadamente parecía estar destinado a neutralizar laexcitacióndeAdriana).TambiénBetinapartiría a mediados de octubre. Jano comprendió que ella --a pesar de sus esquivos paseos y de sus concentrados silencios-- era el alma de aquel lugar que ahora el otoño entristecía de