del lugar en el que se encontraban, el lenguaje del guarda y su patriótico anecdotario, acabaron despertando en Adriana su furor ideológico, aquella especie de «demonios» --según Marescu-- que ella parecía haber controlado muy bien a lo largo de los últimos días. Comenzó entoncesaentusiasmarseconlosdatos--rigurosamente históricos, por otra parte-- que el guarda iba aportando, e hizo algunas insinuaciones en torno al «colaboracionismo del poder eclesial» y a la atmósfera