claridad que la de anónimas caras macilentas. Pero si era sórdido el deseo no menos lo era el miedo; temía ser engullido por un local que le expulsaría horas más tarde borracho y sin voluntad, desnudo en la mañana y a merced de susperseguidores.El--lohabíarepetidomuchas veces desde la escapada de casa-- mató con sus manos a una antigua amiga en un momento de ofuscación sucedido pocas horas antes; ésa era la triste verdad; ahora huía y