los hombros decidió no prestarle atención. ¿Acaso la voz pertenecía a la ciudad tanto como él? ¿No sería una de esas excrecencias que todo cuerpo expulsa periódicamente y que sólo él, el único viandante de la madrugada, estaba obligado a oír? Nunca antes dehoyreparóenella,escondidasinduda entre la maraña de voces que forman el fragor de una urbe. En todo caso parecía complacerse en rondarle, como un insecto molesto, y hambriento,