había nadie a su alrededor y no necesitaba cerciorarse para saberlo. Se había producido un silencio extraño. La voz era hueca y monocorde. --Maldita sea --pensó--, maldita sea. Echó atrás la cabeza y tomó aire largamente. Sólo cuando el estrepitoso jadeodejóderesonarensupechosepreguntó si soñaba o salía de otro tiempo en blanco de su mente. «¿Era su mujer? Atienda. Digame. ¿Una amiga? ¿Una desconocida, quizá? ¿Era hermosa?»,