uno de esos tugurios donde se tranca la puerta para que la noche no vea otro amanecer que el de la botella ni otra claridad que la de anónimas caras macilentas. Pero si era sórdido el deseo no menos lo era el miedo; temía ser engullido por un local queleexpulsaríahorasmástardeborrachoysin voluntad, desnudo en la mañana y a merced de sus perseguidores. El --lo había repetido muchas veces desde la escapada de casa-- mató con sus