arrodillarse ante él e implorar por su salvación, pero sabía que estaba perdido. Todo era confusión y consternación atravesadas por una ira sorda que nacía y moría en sí mismo, pues ni siquiera tenía el consuelo de descargarla contra nada ni nadie. En ese momento comprendió queladeseabavivaparahacerlepagarconsu muerte el horrible padecimiento en que le había dejado: Hasta ese punto le despojaba de cuanto tenía y le entregaba, desnudo, en manos de quienes