preguntaban por ese señor tan bueno de las fotografías, y aunque no divisabas a nadie en el campo de la mirilla, el taconeo de unos pies ligeros en el parqué y las risitas de las supuestas amigas del Reverendo habían disipado tus naturales sospechas, desarmado tu desconfianza ycautela.Olvidandolasnormasdetodo luchador avezado a la problemática de la guerrilla urbana y conocedor del abecé de la actividad clandestina, descorriste el cerrojo de la puerta y, peor todavía, asomaste