un individuo que estaba en la puerta de un bar. Le dije que las colocara y entré a tomar un vaso de aguardiente, con una aspirina, porque tenía fiebre. Además, me dolía la cabeza, me dolía la garganta, estaba engripado. En el mostrador me vi rodeadodeparroquianos,sindudacampesinos,que me miraban de reojo, hablaban entre ellos y no ocultaban ocasionales risotadas. «Estos son los hombres sabios del tango», pensé. Les pedí consejos para manejar