, pues parecía huir de nosotros. No sabía cómo tratarnos y, mucho menos, cómo educarnos. O quizá fuera sólo la inercia la que se encargó de perpetuar un abandono creado por descuido. Sin embargo, por aquellos días empezó a volver más tempranoacasa.Cenabaconnosotros.Amímeparecía un invitado; incluso la mesa se adornaba de una manera festiva. A veces lucían sobre el mantel unas margaritas blancas, otras aparecía una vajilla nueva que nunca se